domingo, 16 de noviembre de 2008

Un día de Septiembre


Laura, corriendo tomo en sus brazos al gatito de su hermana, en la cocina. Ya habían entrado y estaban sacando a todos de la casa.
Cuando llegaron estaban almorzando, golpearon fuerte la puerta, y Gloria su madre les dijo ya están aquí, estén tranquilos, no pasara nada. Sin embargo sus ojos delataban lo preocupante del momento, tomando de la mano a Miguel les dijo que esperaran y fue a abrir, antes que derribaran la puerta. El gato, Negrito, como así le puso Pamela, hermana de Laura, estaba comiendo en su plato muy cerca de ellos.
Laura de tan solo 10 años, había escuchado que entraban con violencia a las casas y que a veces disparaban o se llevaban a las personas, por lo que como amaba mucho a los animales y más a esa cosita indefensa y peluda, la asió en sus brazos para protegerla. ¡Todos afuera!, grito una voz muy potente, primero salió su hermano mayor, Miguel, con las manos detrás de la nuca.
Cuando vio a Miguel saliendo de la casa, Gloria recordó el cuerpo de resortito joven de pelo muy crespo y negro, de ahí su apodo, lo habían encontrado muerto cerca en la línea del tren con cuatro balas en su pecho, Gabriel como así verdaderamente se llamaba tenía tan solo 19 años, un año más que Miguel, era muy cercano a la familia. Con Miguel y otros amigos salían juntos en el camión, vestidos de overol, con brochas y pintura, a veces de día, otras de noche a pintar escenas de campesinos, mujeres y obreros, en las grandes murallas de la ciudad.
Ella, ya estaba afuera, de frente y con las manos en la muralla, su hijo se puso a su lado y en la misma posición, ella, pequeña, como pudo, con sus dedos acarició el brazo de su hijo y este le sonrió
Después salió, Pamela, también con las manos en la nuca, con su larga cabellera, color miel, hermosa niña pronta a cumplir los 15 años, salió llorando. Gloria al verla supuso que tenía miedo y por eso el llanto, después se enteraría que unas sucias manos habían tocado el cuerpo de su hija.
Laura iba en esa procesión hacia afuera, con el pequeño gato en sus brazos. Antes de salir, en el pasillo hacia la puerta, vio que se encontraban varios jóvenes como su hermano, con armas en sus brazos, uno un poco más viejo, le grito, ¡¡SUELTALO!! Y Laura dejo caer con el grito al gatito al suelo, que corrió presuroso a esconderse debajo del sillón.
Cuando recuerda este momento, no sabe si le dijeron que pusiera las manos en la nuca o fue instintivo. Ni tampoco se acuerda que le dijeran que se pusiera frente a la pared y con las manos en alto, solo sabe que lo hizo y en esa posición esperaron, por mientras que adentro se escuchaba, como rompían y movían los muebles.
Sacaron libros, algunos cuadros, que los tiraban a la calle, prendiéndoles fuego posteriormente.
Hacia pocas semanas atrás, Laura se había despertado mas temprano que de costumbre con un fuerte alboroto y carreras por la casa, habían ido a visitar a su madre unos amigos. En el comedor, se dio cuenta que algo pasaba por las caras de todos los que estaban allí, escuchando la radio, cuando su madre la vio despierta se acercó y le dijo que ese día no iría a clases, había que esperar, el Presidente estaba en problemas. Ese día la niña tenía una prueba de matemática y en realidad no había estudiado mucho, por lo que sintió alegría de la noticia, alegría que pronto se esfumó al ver los ojos llorosos de su madre. Esto no podía ser bueno, los seres que tanto amaba, estaban tristes y preocupado.
Conocía a los amigos de su madre, y a los amigos de su hermano, muchas veces en esos últimos años, los había visto cantar y marchar, por las calles de Santiago, donde ella también participaba feliz, y en donde siempre salía con un rico helado, o alguna golosina regalada por alguno de ellos.
Ese día Martes y las noches posteriores había tenido que dormir en otras casas, ella y su hermana, Su madre y su hermano, iban a veces a verlas.
El día que llegaron con fuerza, era el primer día donde los cuatro se reunían nuevamente en la casa.
Después y que solo quedaba humo de la gran hoguera, otra voz, fuerte les grito, TODOS PARA ADENTRO. . Tuvieron que entrar a uno de los dormitorios y comenzó el interrogatorio, dirigiéndose siempre a Gloria, ¿DONDE ESTÁN LAS ARMAS?.
Laura se preguntaba, ¿porque preguntan eso?, si ella por primera vez que veía armas en su casa, era justamente en ese momento. La incertidumbre de lo que podía pasar era su angustia. Sus ojos se llenaron de lagrimas, ¿no entendían acaso estos hombres, que ellos no eran enemigos de nadie?, ¿porqué no se iban?, ¿porqué no dejaban de gritar?. Sus lágrimas se transformaron en llanto. Miguel que estaba a su lado, la tomo de la mano y le dijo – Ya flaquita, tranquila-, pero eso no fue suficiente para la niña, lo único que realmente la tranquilizaría, sería que esos hombres salieran de allí y poder tomar nuevamente al gatito
Escucharon desde afuera que le gritaban a alguien, que no se podía entrar, que era lo que quería y escuchó la voz de su padre que les respondía que allí adentro estaba su familia. Gloria quiso pararse, pero no la dejaron.
Hacia un tiempo que su padre ya no vivía en casa, sin embargo, Laura sabía que todos los domingos su padre iba a almorzar, además que algunos días los sacaba a comer o a tomar helados, tradición que muchos años después aún se conserva
También lo entraron en el dormitorio, donde le pidieron su identificación.
Estuvieron dos horas en la casa, no encontraron lo que estaban buscando, solo libros y una bandera de la República Democrática Alemana que también fue quemada. Se fueron como llegaron en forma rápida y violenta.
Gloria cuando cerraron la puerta tras de sí, les dijo a sus hijos que salieran y buscaran algunas cosas, tenían que salir nuevamente de allí.
Pamela aún lloraba y Gloria se quedó con ella en el dormitorio. . Laura presurosa fue a buscar al gatito. Lo que vio en el pasillo hacia la cocina, no lo olvidaría jamás, el grito de la niña dio aviso a la familia y todos corrieron a saber que era lo que había pasado.
Gloria, todas las mañanas les hablaba a sus canarios que además alegraban el día con sus cantos, A veces los vendía cuando la población aumentaba demasiado, las jaulas eran grandes, pero no demasiado. Solo podían ser alrededor de 20. El día en que llegaron no hacía mucho que habían salido varias crías de sus nidos, con sus cuerpecitos aún con pelusas en vez de plumas. Era motivo de risa, ver al negrito, mirar las jaulas y lamerse, soñando con el gran festín. Que finalmente, nunca se lo pudo dar.
Todos los canarios estaban muertos, no había rastro de que hubieran abierto la jaula, ni que hubieran disparado, nada, solo los canarios patas arriba, muertos. Gloria, solo atino a decir – se asustaron- . Años más tarde Laura comprendería eso, los canarios son seres muy sensibles y delicados, el terror y la violencia que irradiaron aquellos hombres, los había matado de un ataque al corazón.
Esa misma tarde, la familia partió por mucho tiempo, junto con el gatito. Después sabrían por algunos vecinos, que esa misma noche volvieron, la razón no se supo. ¿Y si hubieran estado? el destino quizás habría sido otro
Han pasado más de 30 años, Muchas cosas sucedieron, hoy Laura puede mirar a sus hermanos y a sus padres, algo que muchos niños como Laura en ese período, hoy ya mayores no pueden hacer.

sábado, 25 de octubre de 2008

Niñez 2


Enojado Lucinio tomó de la mano al niño y lo echo a la calle, cerrando tras de sí la puerta.
Luis de tan solo 11 años, aterrado miraba la calle, lo único que atinó fue a sentarse, su vergüenza era superior a su pena. Lo único que quería era que los vecinos no lo vieran, llevaba puesto un vestido de su hermana Violeta, algo menor que él.
Su padre como muchas veces lo había castigado. Era Juez, por tanto debía también imponer el orden y la disciplina dentro de su hogar. Un hombrecito no podía cometer faltas, eso eran cosas de mujeres, por tanto si el niño insistía en desobedecer regla tan básica, el castigo era vestirlo de mujer y echarlo a la calle, que los vecinos lo vieran, que el pueblo lo viera, bien merecido se lo tenía.
Después de la muerte de su madre, Luis fue un niño bastante solitario, su única compañía era su perra, con ella jugaba tardes enteras, hasta le había enseñado a robarse los tarros de leche condensada del almacén de la esquina, delicia que compartían el niño y la perra.
Asombrado un día recorriendo por las afueras del alto pueblo de Putre, con su fiel perra Dolly, vio a un grupo de vecinos alrededor de un árbol carbonizado por un rayo. Al acercarse fue más su asombro, había cercano al tronco un hombre que en sus manos sostenía una quena y alrededor cuatro ovejas enrolladas durmiendo, todas ellos también carbonizados, estaban en la misma posición que cuando les había caído el rayo encima. Después de este acontecimiento, Luis siempre que caminaba miraba de cuando en cuando el cielo, no fuera a ser que le cayera un rayo también a él.
Al poco tiempo de viudez, Lucinio se volvió a casar con María, una mujer alta y delgada, profesora de la escuela de la zona.
Antes del año, nació Roberto, segundo hijo hombre del juez.. Uno de los tantos castigos que recibió Luis, fue porque le ponía a Dolly trajecitos de Roberto, se veía muy linda, además que aprovechaba los bolsillos de la ropita en la perra para poner algunas cosas del almacén, así que entre perra y niño podían sacar más de un tarro para saborear.
El deber de esposa de María era cuidar a los hijos de su actual marido, que no les faltara nada, solo eso. Las caricias y cariños estaban destinados a Roberto, su hijo.
Luis miraba de cuando en cuando de reojo, esos momentos. Muchas veces intento acercársele recibiendo un suave pero enérgico empujón, que quedaran las cosas claras entre ellos, ella, no era su madre.
A veces en las noches Lucinio y María después de la cena tocaban, él, violín y ella, piano, para Luis esos momentos eran maravillosos, siempre le gustó la música, se imaginaba frente a una orquesta con batuta en mano en un gran teatro, dirigiendo y creando. Sabía de sobra que esos instrumentos eran intocables, pero un día las ansías de sentirlos fue más que su prudencia, el piano estaba abierto, como un imán lo atraía, miró hacia varios lados y no había nadie, que sensación más hermosa sentir las teclas entre los dedos, si él aprendiera, que melodías maravillosas saldrían. Presionó las teclas, uno, dos, tres, cuatro, CINCOOOOO!, que dolor más intenso, María, había cerrado la tapa del piano, con las manos del niño aún en las teclas. No escuchó, sabía que María le estaba gritando y llevándolo de las orejas fuera de la pieza, no sentía los dedos de tanto dolor. ¿Los tendría todavía?, ¿Qué diría su padre? ¿lo echaría fuera otra vez, vestido de mujer?. Se vio en el patio solo, con la perra lamiéndole las mejillas que profusamente derramaban lágrimas, de dolor y de miedo. Todo el restante día, lo pasó en cuclillas en un rincón del patio, tratando lentamente de volver a mover sus dedos, ya en el atardecer pudo volver a sentirlos. A las 7 como de costumbre llegaba el Juez, al sentirlo entrar a la casa, el corazón del niño latió con fuerzas, solo esperó, ya no había nada más que hacer, pasaron los minutos, la media hora, una hora y nada. Ya de noche, se atrevió a asomarse a la cocina, Sonia ya había servido la cena y se escuchaba música en la sala, con sigilo se acercó y miró a su padre que estaba tocando en su violín, Lucinio, miró a su hijo y bajo la cabeza concentrado en su interpretación, no dijo nada, no mostró en su rostro seña alguna, María no le había dicho, se había salvado de un segundo castigo, hasta la música le pareció aún más especial que ninguna vez (años más tarde supo que era de Rimsky Korsakov, Sherezade)
A los 18 años, Luis viajó a Valparaíso, dejando atrás el hogar paterno, allí estudió fotografía, se hizo periodista y después al tiempo se casó, formando un hogar.
Hoy, Luis tiene 80 años, su padre murió hace 25 , solo fue a su funeral, ya no se acuerda donde está su tumba.
¿Qué esperabas Lucinio?
Luis es mi padre, y está vez la historia no se repite…

sábado, 11 de octubre de 2008

Niñez

Gladys, tenía tan solo cuatro años cuando de la mano de su tía paterna, con la brisa del mar de Valparaíso tocándole su cara, viajó a Santiago, dejando atrás a su madre y a su hermana. En su inocencia le parecía interesante el viaje en tren, otra había sido su sensación si hubiera sabido lo que el futuro le depararía.
Sus padres se habían separado hacia ya un año y las discusiones por la tutela de las niñas eran recurrentes. A Oscar, el padre, le parecía que era lo más normal que como se habían separado, y ya Olga la madre había comenzado a trabajar, a cada padre le correspondía una niña, por tanto el se debería quedar con la menor, Gladys.
Según él, una madre no puede cuidar bien a sus hijas si trabajaba. Es así que ese día había enviado a María su hermana mayor a buscar a la niña, aprovechando que Olga estaba trabajando.
Dos años vivió con su tía en Santiago, de esos tiempos, no se acordaba mucho, solo sabía que su madre había muerto y no tenía más familia que su tía y su padre que de vez en cuando iba a visitarla. Al morir María, Oscar decidió llevársela nuevamente a Valparaíso, allí la niña conoció su nuevo hogar, enclavado en un cerro, dos piezas, en donde, en una había una mesa y dos sillas y en la otra dos camas, un ropero que para Gladys era gigante y un velador.
Como ya había cumplido los seis años, Oscar la matriculó en un colegio cercano. Fue todo un acontecimiento el día en que fueron a comprar los útiles escolares y su uniforme, una bella faldita blanca plisada, zapatos negros y calcetas blancas. Como Oscar trabajaba en una fábrica de camisas, le confeccionó una camisa blanca como la nieve con vuelitos en el cuello y un delantal, con un gran rosetón atrás, también muy blanco.
Oscar era un hombre práctico, jamás Gladys recibió una caricia de él, jamás una muñeca o un juguete, la niña necesitaba educarse por tanto era necesario comprar estas cosas. Pero para ella “estas cosas” significaban un mundo nuevo y maravilloso.
En algunas ocasiones, había visto a su tía María leyendo, eran libros preciosos, con tapas de cuero, también le encantaba escuchar el ruido que hacían las hojas al cambiar de página. Prohibido para ella estaba el acercarse a aquellos, sin embargo más de alguna vez, a escondidas, los toco, con el corazón latiéndole fuerte en su pecho, y hasta en su osadía los tomó y además abrió, el olor de aquellas hojas todavía lo recordaba, se imaginaba que contaban historias hermosas, de bellas doncellas, de mundos felices, de niñas jugando y riendo, de niñas acariciadas por su madre y su padre, de mundos de los cuáles ella soñaba día a día.
El ir al colegio, significaba que iba a aprender a leer, que iba a poder adentrarse a esos mundos desconocidos y fascinantes. Cuanto le sirvieron aquellos mundos en el período que más sola estuvo.
Tenía ya siete años, cuando a su padre lo despidieron de la fábrica, por tanto comenzó a trabajar de forma independiente y esto significaba que debía viajar, según él, todos los fines de semana a Santiago. Para Gladys esto significaba quedarse sola desde el viernes hasta el lunes de madrugada. Según el razonamiento de Oscar, para la niña era peligroso quedarse sola, por tanto compró un candado bien grande, para la puerta del dormitorio y una tranca que la niña debía poner por dentro al cerrar la puerta.
Es así como Gladys se quedaba encerrada tres días, sin luz, solo con una vela que cuidaba de no gastarla mucho, una bacinica para sus necesidades y un pan, para los tres días. El dormitorio tenía una ventana pequeña, que daba a un callejón, por tanto de vez en cuando una vecina le lanzaba alguna fruta o un pan, raciones que la niña agradecía mucho.
El día Viernes antes de salir del colegio iba corriendo a la sala de lectura, a buscar libros, solo estaba permitido sacar uno, pero la Sra. Josefina la bibliotecaria, que le había tomado cierto cariño a esta niña flaquita y con mirada profunda y nostálgica, le permitía sacar dos y a veces tres libros, que Gladys escondía en su bolsón. Estos libros fueron su compañía. Allí conoció Moby Dick, Robinsón Crusoe, Aventuras de Tom Sawyer, La Cabaña del Tío Tom, Mujercitas, Corazón y tantos otros. A veces se identificaba tanto con los personajes, que se dormía cansada de tanto llorar, y en ocasiones realizaba en aquella pequeña habitación verdaderas obras teatrales, donde personificaba a los personajes.
El padre llegaba el día Lunes de mañana, la lavaba, y la enviaba al colegio. Esta rutina duró un poco más de un año, hasta que un día salieron de allí a una casa grande, donde vivía Rosa, una mujer de mirada penetrante, alta y delgada, con algunas arrugas en el rostro que atendía muy cariñosamente al padre. Para Gladys esta nueva vida le parecía buena, tenía una pieza pequeña, pero para ella sola y además la casa tenía jardín. Esto fue un nuevo descubrimiento para la niña, tocar la tierra, ensuciarse las manos, plantar, cosechar, labores que realizaba con Rosa y que hasta el día de hoy, Gladys realiza con alegría.
Su vida tuvo un vuelco inesperado para ella, cuando camino del colegio a casa una mujer la tomo del brazo y le dijo que era su madre, abrazándola lloraba y exclamaba que por muchos años la había buscado y que por fin la había encontrado.
Olga había sabido por una amiga en donde estaba la niña y ese día había ido a su encuentro.
Para Gladys, esto era todo un acontecimiento, sintió temor, pero también una sensación extraña, jamás la habían abrazado y acariciado, también sabía que su madre había muerto, pero ¿y si no?. Esta señora robusta y de profundos ojos color miel, la miraba con dulzura y no paraba de abrazarla.
De ese día, al día que de la mano de su hermana Irma fue a su nuevo hogar no paso mucho tiempo. Los días de soledad, y de incertidumbre quedaban atrás. A los diez años había encontrado una familia, una madre, a un padre, Teofilo, la pareja de su madre, hombre bueno, que la cuido con amor y a una hermana, que en un principio no la recibió muy bien, ya que todos sus juguetes, pasaron a la niña, la pobre lauchita (como le decía Teofilo), que no había sido feliz.
Han pasado mas de 60 años de esta historia Hoy Gladys es bisabuela, matriarca de la familia, mujer, escritora, luchadora y amante de sus hijos…Mi madre

sábado, 27 de septiembre de 2008

Despedida


Era de noche, lllovía y ruidosos truenos y relámpagos iluminaban de cuando en cuando el paísaje. Las últimas velas de la casa del alto pueblo de Putre, estaban prontas a expirar. Luis, solo tenía 8 años, mayor de 5 hermanos, único hombre en los hijos de la familia Arenas Pimentel. Su hermanita menor no tenía aún el mes de vida y se encontraban solos. Para la madre el último parto había sido extremadamente difícil, por lo que la habían trasladado al hospital de la ciudad de Arica y con ella había viajado el padre, hombre de pocas palabras pero cumplía sin titubear la ley ya que era juez del pueblo.
Acompañaba esa noche a los pequeños, que ya estaban en el amplio dormitorio pero aún despiertos, Sonia, una joven aymara que trabajaba en la casa, cuidándolos y realizando las labores domésticas. Estaban acostándose, ya prontos a dormir, cuando escucharon en la pieza contigúa, golpes en la pared, era el martillo de su padre juez que golpeaba. Todas las pequeñas se pusieron detrás de Luis, incluída Sonia y avanzaron hacia la otra pieza, ni un otro ruido, silencio expectante, solo sus corazones latiendo fuertemente. Subitamente la perra Dolly, perra grande de mezcla policial, aunque más bien indefinida que otra cosa, amiga inseparable de Luis, entró aullando en el dormitorio metiéndose como pudo debajo del catre del niño , tiritando y gimiendo. Todos gritaron asustados, al sentir a la perra, pero lo que vieron, los llenó de un espanto que hasta el día de hoy casi 70 años después lo recuerdan con ese frío que recorre el cuerpo, erizando los cabellos. De la mesita contigua a la cuna de la bebé, se alzó la palmatoria aún encendida y comenzó lentamente a recorrer cada rostro de los niños que inmovilizados por el terror, no osaban ni siquiera a pestañear. Una vez cumplido el recorrido, cayó al suelo, después de esto, una cálida brisa inundó la pieza trayéndoles el olor a flores que su madre siempre ponía frescas en la casa. Todos los pequeños lloraron abrazados, incluido Luis, a pesar de que siempre le habían prohibido que derramara lagrimas, era un hombrecito y por tanto debía comportarse como tal. Este hecho, sentía el pequeño, iba a cambiar el destino de su vida. Se sintió vació y lloró como nunca antes lo había hecho, desde el corazón, desde sus entrañas que percibían que una parte de su existencia ya nunca más estaría con el.
Nadie pudo dormir esa noche, solo la dulce Marina que a su corta vida, tal espectáculo solo la había alterado por los aullidos de la perra.
Al día siguiente, Luis se encontraba en el dintel de la puerta, acompañado de su fiel Dolly, cuando divisó a su padre. No fue necesario preguntar, ya lo sabía, ya esa noche había llorado y despedido a su madre.
Querido padre, hoy tienes 80 años, pero aún recuerdas con nitidez cada capitulo de esta historia.

martes, 23 de septiembre de 2008

Un relato no olvidado




Era principio del siglo XX, en la ciudad de La Serena. Una joven mujer vestida de pulcro blanco, miraba asustada al sacerdote que decía palabras en latín y a veces en español, ya no escuchaba, no quería entender solo pensaba en el lío en que estaba metida.
Hacía unos meses atrás había llegado a la ciudad un rico francés, de unos treinta años, según los comentarios para realizar algunas exportaciones, comercio y negocios que la Srta Francisca y la Srta María no entendían muy bien, sin embargo la situación acomodada de tal hombre, les parecía suficiente para que fuera un buen partido para su querida sobrina de tan solo 16 años pero para la época con edad ya de merecer.
Jacques Villa (se pronuncia Vilá) – nombre del tal francés - se hospedo en el lujoso Hotel de la ciudad, y por supuesto solo, mejor razón para las Srtas Francisca y María de que este señor fuera el futuro marido de su sobrina.
De la invitación a su casa, que se conocieran el francés y la niña mujer y la propuesta de matrimonio no pasó mucho tiempo. De la unión nació Olga, con una infancia rodeada de lujos y de una institrutiz que la proveía de los conocimientos necesarios para una niña de la época, tocar el piano y bordar, lo de saber escribir y leer era necesario en la medida que supiera conversar y saber quedarse callada cuando correspondiera.
A los 7 años Olga quedo huérfana de padre, el Francés había contraído una enfermedad incurable y ni todo el oro que poseía lo pudo salvar de la muerte, su madre quedo viuda a la edad de 23 años. Para la época una viuda no podía quedarse sola, por tanto tuvo que volver con su hija a la casa de sus tías. Como la niña debía ya comenzar a ir a un internado, las tías decidieron contratar a un cochero ecuatoriano para que trasladara cada Lunes en la mañana a la niña y la recogiera el día Viernes a la hora de almuerzo de vuelta a su casa. En estos viajes la madre acompañaba a su hija, eran los únicos momentos en que veía parte de la ciudad y podía conversar con otra persona que no fueran sus tías.
De las miradas, sonrisas y conversaciones primeros formales y después más coloquiales es que nació un profundo amor, prohibido y secreto. Un año más tarde en una fría noche de invierno, tomó de la mano a su hija, más algunos servicios de plata y uno que otro servicio de porcelana importada, se embarco a Valparaíso con su amado cochero. No miró atrás, no dejo carta alguna, era la primera vez que decidía por ella misma, solo arriba del barco miró a su hija ya durmiendo, tomó amorosamente la mano del cochero y sonrió aliviada.
Querida bisabuela, esta historia me la contó mi madre, tu nieta, la misma que te limpio el rostro una vez muerta.